La Iglesia de San Julián surgió como capilla del Colegio-Seminario de la misma advocación, fundación benéfico-religiosa establecida en 1617 por dos hermanos, Miguel y Francisco Navarro Galve, naturales y vecinos de Cañete. La institución pía impartía enseñanzas de Gramática y Latinidad, además de procurar la instrucción religiosa. Como tal, fue la iniciativa cultural más importante emprendida en Cañete durante la Edad Moderna, destinada más adelante a la extinción por el mero devenir del tiempo.
Frente al carácter más discreto del cuerpo principal del edificio (utilizado en la actualidad como Ayuntamiento), la portada de la capilla fue concebida como un elemento grandilocuente y escenográfico, que multiplica sus volúmenes objetivos para conseguir el dominio del espacio urbano de la Plaza Mayor. El pequeño tamaño fue obviado mediante la utilización vigorosa de diversos elementos arquitectónicos. Así, la fachada muestra orden gigante con dos pilastrones dóricos que sustentan un frontón partido y que enmarcan un arco dosel de amplia luz. Tal distribución en orden gigante es extraña en la provincia de Cuenca, donde arraigaron poco las fórmulas del último renacimiento italiano. La portada se complementa con una imagen del titular (segundo obispo de Cuenca y santo patrón de toda la Diócesis desde el siglo XVI) y los escudos de los fundadores bajo el gran arco. La decoración es intencionadamente sobria, resaltando las líneas rotundas de la arquitectura.
Coronando el conjunto, un macizo cuerpo superior casi cúbico eleva la altura del conjunto. Sin embargo este último elemento no deja de resultar tosco, rompiendo decididamente el juego de proporciones de la fachada. Ello impulsa a pensar hasta qué punto su construcción fue prevista originalmente, o bien se trata de un añadido posterior.
Al interior muestra planta de cruz latina, de pequeño tamaño, con bóvedas de cañón y cúpula central, todo dentro de la más pura tendencia de la época para iglesias rurales. La superficie es muy reducida, aunque el espacio está perfectamente proporcionado.
La iglesia ha sufrido en los últimos años una restauración integral que le ha devuelto su mejor aspecto. Tal labor resulta en este caso especialmente positiva por el pésimo estado previo del edificio, devastado, aquejado de humedades y con un proceso de degradación acusado, relegado a la condición de almacén ocasional. Recuperado ya, San Julián se ha convertido en foro de actos culturales, con una muy corta pero ya significativa trayectoria.
Los Colegios de Gramática o Latinidad de la Edad Moderna eran instituciones de frecuente corte piadoso y benéfico, dirigidas a niños de familias humildes que hubiesen destacado por sus dotes naturales pero a los que la continuación de la enseñanza más allá de las primeras letras estaría vedada. Su creación se debía a mecenazgos muy variados, desde altas personalidades religiosas hasta concejos de villa o particulares imbuidos de afanes filantrópicos hacia sus lugares de origen. Aunque comenzaron a proliferar ya en la primera mitad del siglo XVI, es en la segunda mitad de siglo y durante todo el siglo XVII cuando este tipo de institución va a experimentar un auge considerable, debido al afán por extender la educación y también al celo desplegado por la Contrarreforma tridentina en lo referente a la formación religiosa. La fórmula comenzó a decaer en el siglo XVIII, aunque muchas de estas instituciones siguieron en funcionamiento hasta comienzos del siglo XIX.
Las Escuelas de Gramática eran lo que hoy llamaríamos una enseñanza media. Se accedía a ellos normalmente entre los diez y los doce años, tras los primeros estudios, y se continuaba en ellos hasta los dieciséis o diecisiete. De ellos se accedía a la enseñanza superior, bien las universidades, bien los seminarios mayores, pues la carrera eclesiástica era la salida natural de muchos de estos centros.
Cada Colegio de Gramática disponía de un Estatuto propio, normalmente dictado en vida por el fundador, que regulaba el plan de estudios, contratación de docentes, normas de convivencia y también de financiación, pues el centro no disponía de otros ingresos que las donaciones de particulares y las rentas que su prócer hubiese asignado en la fundación, por lo cual la existencia de muchos de ellos fue ciertamente precaria. La calidad de la enseñanza fue muy irregular, desde colegios mediocres hasta otros que formaron grandes generaciones de eruditos y eclesiásticos.