La puerta de San Bartolomé es, junto con la Puerta de las Eras, una de las dos entradas acodadas a la villa, rigurosamente contemporánea de su vecina. En este caso, bajo sus arcos arrancaba el camino que partía hacia el norte, hacia los castillos de Huélamo, Beteta, Albarracín y todas las pequeñas poblaciones de la Serranía Alta. Como es típico en las grandes entradas musulmanas presenta codo sencillo, cerrado con dos puertas en los extremos y un rastrillo en el eje de simetría. Frente al arco de ingreso la muralla forma de nuevo, como en la Puerta de las Eras, un resalte muy marcado de tal forma que los defensores pudiesen batir con ventaja a todo aquel atacante que intentase aproximarse al acceso con máquinas de batir. Dentro del codo, una estrecha y empinada escalera permite el acceso a la sala de guardia (hoy casi completamente derruida), desde la cual se accionaba el mecanismo del rastrillo y se accedía al adarve de la muralla. Todo el esquema de la Puerta de San Bartolomé es muy similar al de Puerta de las Eras, aunque más simplificado y de menor tamaño. La fortaleza del conjunto, no obstante, es indiscutible.
La puerta hasta hace pocos años estaba en un estado lamentable, desaparecidos gran parte de sus sillares. La restauración le ha devuelto su primitiva fisonomía, aunque queda por recomponer el piso superior.
El nombre (por supuesto muy posterior a la construcción) alude a la desaparecida ermita de San Bartolomé, que estaba inmediata a la puerta y que fue una de las seis ermitas con las que contó la villa (junto con San Antonio, San Roque, San Cristóbal, Santa Bárbara y la Virgen de la Zarza, todas desaparecidas excepto la última).