Folclore y Cultura Popular

Introducción

El patrimonio etnológico de Cañete y toda la comarca se caracteriza por su gran homogeneidad, rasgo que comparte con todo el resto de la Sierra de Cuenca. Los bailes y danzas suelen ser idénticos o muy similares, las advocaciones religiosas se repiten y el folclore cantado es parecido, con pequeñas diferencias de uno a otro núcleo de población.

El tronco folclórico común es, sin ninguna duda, el castellano, obvio en una multiplicidad de rasgos. No obstante, también son notorias un buen número de pequeñas influencias aragonesas, sin duda por la proximidad espacial. En los últimos años se están añadiendo a algunas celebraciones populares elementos de corte valenciano traídos por los emigrados que retornan a los pueblos en las jornadas festivas.

El carácter homogéneo del patrimonio cultural popular no significa que este sea pobre en ningún sentido. El conjunto de festividades locales es riquísimo. Incluso los pueblos más pequeños y los caseríos solían tener varias celebraciones al año, con independencia de las fiestas mayores.

Ahora bien, otra cuestión es hablar del estado de conservación de muchas de estas celebraciones. El profundo proceso migratorio ha supuesto un quebranto muy acusado en el folclore local, sobre todo si tenemos en cuenta que un buen número de eventos de la zona son invernales y primaverales. Es comprensible que pueblos avejentados que han visto reducidos sus habitantes a la quinta parte en los últimos treinta años no conserven la suficiente vitalidad como para dar empuje a muchas festividades. Gran número de ellas se ha perdido y otras están en franca regresión. Por el contrario en los últimos años están proliferando por toda la comarca las llamadas "fiestas del veraneante" durante los meses de julio y agosto, único momento del año en que los municipios salen de su atonía con el retorno estacional de la población ausente.

Es un tópico antiguo afirmar que el carácter de las gentes de cada tierra condiciona lo que han de ser sus celebraciones y su folclore, y nada más cierto en la zona. Gente dura, recia, acostumbrada al aislamiento, a los duros inviernos. Y al mismo tiempo generosa, de carácter noble y desprendido. Con el paso del tiempo las festividades se han ido amoldando al modo de sentir del serrano, de tal manera que hoy son una copia fiel, exacta, de la idiosincrasia de éste.

Las celebraciones de la comarca suelen ser sobrias de formas y apariencia. Carecen de manifestaciones visibles y coloristas, reducidas al mínimo: quizás sólo los antiquísimos arcos de flores o las inevitables banderolas de las calles. Y sin embargo la fiesta se vive con una fuerza inusual ya en otros lugares, con una extraña relación entre la profundidad de la vivencia y la sencillez de la forma.

Un vistazo al santoral festivo de esta porción de la Sierra conquense nos revela una cantidad inusual de advocaciones medievales, sin duda conservadas por los pueblos desde la Repoblación (siglos XII-XIII): San Blas, San Gil, San Antón, La Candelaria, San Sebastián, Santa Águeda, San Marcos, Santa Bárbara... fiestas de invierno, celebradas hace años, cuando el clima era más extremado, entre la nieve y las ventiscas. Y el serrano recurría, y recurre todavía hoy, a las hogueras. Fuegos en la noche por San Sebastián, San Julián y San Antón; fuegos hiemales, de reminiscencias ancestrales.

San Antonio Abad, conocido unánimemente como San Antón en la comarca, es una festividad presente en Cañete y todas las poblaciones, aunque su grado de conservación es muy variable, generalmente malo. Etnológicamente muestra todos los rasgos típicos de una celebración de solsticio de invierno, como hogueras o bendición de bestias. En algunos de los pueblos es común saltar los fuegos de San Antón a la vez que se entonan "romances" o dichos para preservarse de la mala suerte o para hacer extensiva esta protección a los animales domésticos, hecho normalmente asociado a todos los fuegos solsticiales aunque son más conocidas las variantes de San Juan. En algunas ocasiones, los saltadores empuñan esquilas o cencerros, rasgo característico de las botargas del ciclo carnavalesco. En general es una festividad de un enorme interés, difícil de estudiar no obstante por lo decaído de su estado.

Los cultos a San Sebastián en la comarca son todos, casi sin ninguna duda, de origen medieval, aunque sólo en Campillos-Paravientos han tenido en época reciente un cierto lustre. Es muy frecuente que vengan aparejados a ritos de Carnaval por la proximidad temporal, como la sátira social o la inversión de roles.

Caso peculiar en el folclore de toda la provincia de Cuenca es la festividad de San Julián, 28 de enero, que conmemora la muerte del santo, segundo obispo de Cuenca en el gozne de los siglos XII y XIII. El auge de la festividad de San Julián como patrón de toda la diócesis parece arrancar de la canonización en el siglo XVI. Es curioso como en buena parte de las ocasiones, en todo el conjunto provincial, la nueva fiesta de San Julián se superpuso a la de San Sebastián (20 de enero), en lo que acabó siendo un mero intercambio de titular y un traslado de ocho días del evento. Donde San Sebastián todavía gozaba de arraigo popular, el santo que frecuentemente acabó desahuciado fue San Antón (17 de enero). Así, son raras las poblaciones donde se celebran las tres fiestas, por lo demás muy similares (mismo origen etnológico) y vinculadas indefectiblemente a la quema de grandes hogueras.

Pero si una advocación predomina claramente sobre las demás, ésta es San Roque, verdadero patrón masculino de la Serranía y titular parroquial en un gran número de pueblos de la comarca, siglos antes incluso de que fuese canonizado en pleno siglo XX (ya que su santificación en la Edad Media parece no haber excedido el deseo popular), y en todo caso no fue posible hallar documentación sobre el proceso canónico. Las advocaciones al santo peregrino, protector contra las enfermedades (y contra la enfermedad por antonomasia, la peste), evocan el miedo a la epidemia, al rebrote de la enfermedad en los meses veraniegos.

Junto a él, más tardíamente, tuvo un hueco San Isidro en el panteón serrano. En una zona donde cada familia mantenía su propia y diminuta huerta, las bendiciones a los campos en el mes de mayo son todavía hoy momentos entrañables. San Isidro es santo nuevo, presente en la zona desde finales del siglo XVII aproximadamente.

La primavera se abría tradicionalmente en la comarca con la fiesta de la Cruz de Mayo, los tres primeros días del mes. Festividad antiquísima, de resonancias célticas, todavía hoy en día es conmemorada en buena parte de las poblaciones del área: se cantan los mayos y se prenden hogueras nocturnas, recuerdo de los ancestrales fuegos de Beltane, la fiesta celta por el reverdecimiento de la vegetación.

Los Mayos son una costumbre popular ancestral y antiquísima, común a toda la provincia de Cuenca y a buena parte del territorio nacional. De raíces inmemoriales, sus orígenes se remontan al menos a la época prerromana, entroncando en el conjunto de celebraciones de alegría por el resurgimiento de la vida y la vegetación tras el periodo invernal. Se trata de cánticos religiosos y profanos de finales de abril y de todo el mes de mayo, de composición popular, dedicados a la Virgen, a las mozas, a la nueva primavera, al párroco o a diversas advocaciones. A la manera de los antiguos romances la métrica en la zona estudiada es octosílaba (con numerosas excepciones) y los versos riman alternativamente en asonante. Cada cuatro versos forman una estrofa, en la que riman segundo y cuarto. En composiciones de gran antigüedad la división por estrofas no suele estar presente. Suelen ser magníficos exponentes de devoción popular, y de la frescura y absoluta sencillez de sus improvisados y anónimos autores.

En un santoral de antiguas reminiscencias paganas, no podía faltar San Juan, aunque su fiesta se limita a un par de pueblos de la comarca, que conmemoran a su patrón en pequeñas procesiones tras la noche solsticial. Muchas veces la fiesta de San Juan suele ir emparejada con la inmediata de San Pedro, aunque ambas han decaído. Multitud de indicios apuntan a una celebración del Solsticio mucho más importante en el pasado, quizás no hace demasiados años.

Otra cuestión son las diferentes vírgenes. En la comarca se las venera en ermitas apartadas, en parajes bellísimos y agrestes, con una devoción profunda y arraigada. Algunas de ellas incluso pueden considerarse como cristianizaciones milenarias de antiguos cultos prerromanos a la fertilidad. Las fiestas de advocación mariana son sin duda las jornadas festivas por excelencia en la tierra: la Virgen de la Zarza (Cañete), la de Tejeda (Garaballa), la de Fuen María (Landete), la de Santerón (Algarra), Nuestra Señora del Pilar de Altarejos (Campillos-Sierra), la Virgen de Castel de Oliva (Víllora), la de Valdeoña (Salvacañete)...


El ciclo festivo de Cañete.

San Antonio Abad.

16 y 17 de enero. El día 16, por la noche, se prenden hogueras por todo Cañete. Cada uno de los barrios tiene la costumbre de encender su pira. Muebles y objetos viejos, junto con madera de cortas, son el combustible utilizado, al que se suele añadir los árboles de Navidad, guardados hasta este día. Se trata de un aspecto singular de moderno origen, pero que sigue la línea antropológica de la destrucción de lo viejo que impregna los fuegos festivos.

El día 17, por la mañana, se celebra los oficios religiosos y una pequeña y entrañable procesión con la imagen del santo. Después de los actos litúrgicos se organizaba hace años una carrera pedestre, habitual en toda la comarca: la Joya, en este caso de unos 2 kilómetros de longitud; también se hacían carreras de caballos, de mulas, de burros y de sacos para niños. Todavía hoy se conserva la tradición en el caso de los caballos, así como varios juegos para niños en la Plaza Mayor. Era costumbre también el Cerdo de San Antón, celebrado también en otros varios pueblos de la comarca.

Por la tarde se celebra la encantadora bendición de animales, de quienes San Antón es su santo patrón. También se subasta la Bandera de San Antón. El que más alto puja gana el privilegio de guardar el estandarte del santo hasta el año siguiente.La Cofradía de San Antón colabora activamente en la organización de la fiesta.

San Julián

28 de enero. Festividad tradicional de orígenes en el siglo XVI y raíces ancestrales, un tanto decaída pero todavía presente en el repertorio festivo cañetero. El día anterior, por la noche, se encienden hogueras por las calles de la localidad. En ellas, los vecinos queman enseres viejos y, entre ellos, las tradicionales cestas de desecho. Tal rasgo, peculiar en hogueras de ciclo hiemal, hace clara referencia a la tradición piadosa que pinta al santo medieval como asiduo tejedor de estos objetos en sus ratos de asueto y meditación, con cuya venta posterior engordaba las donaciones a sus pobres.

En las hogueras confraterniza alegremente la población, entre patatas y charcutería asada. Hasta no hace muchos años, se organizaban improvisadas interpretaciones musicales y danzas en torno a las hogueras, que ardían hasta muy avanzada la noche como indispensable antídoto de los recios fríos de enero.

A la mañana siguiente, día del santo, se hace misa y procesión por las calles de la localidad. Cañete ha sido a lo largo de siglos una población muy arraigada en los cultos a San Julián. Prueba de ello es que el santo conquense fue la advocación elegida para la capilla del Colegio de Gramática, fundada a principios del siglo XVII en plena efervescencia de la canonización juliana.

La Candelaria

2 de febrero. Casi perdida está esta curiosa fiesta de antiquísimos antecedentes, bajo la advocación cristiana de la Purificación de María. El Día del Alumbramiento, como se lo define en Cañete, era celebrado con una serie de ritos religiosos y regocijos profanos desaparecidos en casi su totalidad. Todavía en algunos hogares se enciende una vela durante esta jornada. Todavía se recuerdan algunos de los dichos relacionados con la climatología que tenían este día como referente:

"Si la Candelaria llora ya está el invierno fuera, y si no llora ni dentro ni fuera".

San Blas

3 de febrero. San Blas es el santo especializado en dolencias de garganta. Se celebra misa y se reparte la Caridad. Se hacían rolletes, rosquillas y galletas. Los ingredientes eran: huevos, azúcar y aceite, (leche y limón opcional). Los mantecaos tenían los mismos ingredientes pero añadiéndole manteca y harina.

Santa Águeda.

5 de febrero. Festividad tradicional de los quintos, previa a la incorporación a filas. La fiesta conserva elementos arcaicos derivados de la cruda realidad de la conscripción militar, así como de las sucesivas sangrías que las guerras han supuesto a las generaciones de la villa.

La celebración dura tres días, que normalmente se hacen coincidir con viernes, sábado y domingo, por lo cual el día 5 es más una referencia (tendente a la primera semana de febrero) que una fecha inexcusable.

El primer día, viernes, se hace traca en la Plaza Mayor, tras la cual los mozos del reemplazo salen en parejas a pedir por las casas.Tal medida servía antaño para sufragar los gastos que los reclutas debían cubrir durante su servicio militar, dada la escasez de las soldadas y la penuria general de las familias de la villa. Hoy se dedica a pagar la verbena nocturna y las comidas durante los días de celebración. Por la tarde se hace baile en uno de los bares de la localidad, que se prolonga más tarde en la verbena. Hasta no hace demasiados años se hacía pasacalles contratando los servicios de un acordeonista u otro músico ambulante.

El sábado, por la tarde, se hacen las Tartas de los Quintos, dulces tradicionales específicos realizados por madres, novias y familiares de los mozos afectados. Tal rasgo festivo constituía una reafirmación de vínculos familiares y afectivos previa al largo periodo de separación forzada. A continuación siguen los bailes hasta la noche, donde se reparten y comparten las Tartas.

El domingo continúan las celebraciones y bailes. Por la noche, a las doce, repican las campanas. Con independencia de las celebraciones profanas, el día de Santa Águeda (sea cual sea) se hace misa por los nuevos quintos.

En la actualidad, esta alegre festividad está seriamente amenazada por la quiebra demográfica y el cambio de patrones culturales, amén del final del sistema de conscripción militar.

Carnaval

El Carnaval de Cañete es una celebración antiquísima, que contaba con rasgos etnológicos muy notables. Lamentablemente, la sucesión de prohibiciones y limitaciones establecidas a partir de la Guerra Civil han dado al traste con buena parte de estos elementos propios y originales, que en los últimos años se están sustituyendo por rasgos importados y estandarizados.

Las Carnestolendas en Cañete eran básicamente una mascarada grotesca, donde los vecinos se ataviaban de viejos harapos, retales de color e incluso elementos vegetales y pieles de animal, con ocasional acompañamiento de cencerros y otros idiófonos. La imaginación más desbordante se aplicaba a estos disfraces improvisados, cuyo peculiar diseño cambiaba de año en año. Algo más duraban las máscaras, de madera o cartón, de rasgos deformes y fuertes colores.

Se bailaba por las calles y se recurría a toda una serie de pequeños actos de subversión social (embadurnamiento de harina, inmersión en el pilón de la Plaza...), inherentes a las celebraciones carnavaleras. Las novias bordaban camisas blancas para los novios, que se estrenaban el Miércoles de Ceniza, como un signo de purificación de la Cuaresma recién comenzada. El caso es que no era inusual que los jóvenes acabasen con la flamante camisa en el inevitable pilón, que sin duda habrá sido cómplice de miles de forzadas inmersiones en su dilatada historia.

Existen indicios suficientes para pensar en la presencia de botargas hasta una fecha no demasiado lejana. En algún pueblo de la comarca, caso de Carboneras de Guadazaón, sí se ha conservado este curioso y arcaico rasgo carnavalesco, reflejo de las antiguas Lupercalias.

En la actualidad, todavía se conserva la costumbre de disfrazarse por la noche, a los sones de una orquesta y hasta altas horas de la madrugada. También se organiza por la tarde un carnaval infantil.

Semana Santa

Semana de la primera luna llena tras el equinoccio vernal. Todos los viernes de Cuaresma es costumbre rezar el Vía Crucis. Jueves y Viernes Santo cuentan con procesiones y diversos actos religiosos. El Viernes Santo se cantan los Dolores de la Santísima Virgen. El Sábado Santo se canta el Rosario de la Aurora en procesión. El Domingo de Resurrección tiene lugar la Procesión del Encuentro, donde las imágenes de Jesús y la Virgen se reúnen en las calles de Cañete. Es un momento especialemente emotivo, que sirve de colofón a la fiesta.

Los Mayos

30 de abril. A las 12 horas, desde el castillo, se cumple la antiquísima tradición de entonar el Mayo de Santiago sobre la villa, costumbre de raíces bélicas y medievales. El momento es fascinante, con los cantores, invisibles, apostados junto a los quebrados muros y los apagados sones del canto a capella descendiendo hacia el caserío, infiltrándose en ecos rotos por las callejas. Un silencio extraño se adueña de la población, mientras de la vieja alcazaba de la cumbre se descuelgan sonidos que se dirían de otra época.

A continuación, en la ermita, se canta el Mayo a la Virgen de la Zarza, homenaje de la población a su Patrona. El momento es emotivo, con un buen número de vecinos resistiendo el relente de la noche cerrada a pie firme bajo la portada del templo, mientras en completo silencio se desgranan las estrofas en romance, sencillas y profundas a un tiempo.

Finalizadas ambas citas ineludibles, la rondalla continúa por las calles de la villa entonando el alegre Mayo a las Mozas bajo las correspondientes ventanas (privilegio que desde siempre se ha ganado en enconada subasta). También se canta, ante su domicilio, el Mayo al hijo o hija del alcalde, que éste homenajea ofreciendo a los asistentes un refrigerio.

La noche de los Mayos termina en chocolatada matinal.

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San Isidro

No suele ser San Isidro, santo agrícola por excelencia, demasiado venerado en las Serranías de Cuenca, de economía tradicionalmente ganadera. No es el caso de Cañete. Ya una vieja cancioncilla serrana canta que “en Cañete, la vega grande”, y es que la villa sí que ha tenido siempre unas buenas posibilidades agrarias (por lo menos en comparación con los pueblos del entorno), lo que ha traído que San Isidro, en torno al 15 de mayo, sea otro hito del patrimonio festivo cañetero.

San Isidro consta de actos religiosos (misa, bendición y procesión), bailes, verbenas y otros actos relacionados con el campo y la labranza, como un concurso de arada, hoy a cargo de máquinas y tractores. Son los días del traje popular de serranos y serranas, de juegos populares que se resisten a desaparecer, de los rolletes y el chocolate de San Isidro elaborados a escote por el vecindario. Días de jolgorio y confraternización, en suma.


El Señor

Domingo siguiente al cómputo de sesenta días a partir del Domingo de Resurreccción. Por esta denominación popular conocen los cañeteros la festividad del Corpus Christi. Como tal es una de las celebraciones religiosas de mayor raigambre en la villa. Su fecha de celebración tradicional ha sido tradicionalmente en jueves, móvil a partir de la Semana Santa como tantas otras fiestas del calendario litúrgico. En la actualidad, como en la práctica totalidad de lugares, se han trasladado las celebraciones al domingo siguiente.

Una de las tradicionales cofradías de Cañete, la del Señor, es la encargada de organizar la fiesta. Tras la misa solemne, celebrada por la mañana, se lleva a cabo la procesión con el Santísimo por las calles de la localidad. Las callejuelas se adornan con mesas y alfombras de flores, y desde algunas casas se lanzan pétalos de rosa al paso de la comitiva.

Tradicionalmente es el día de celebración de las primeras comuniones.

San Antonio de Padua

13 de junio. San Antonio es el Patrón de Cañete, aunque su festividad no puede compararse en pujanza a la de la Virgen de la Zarza. Se celebran oficios en la Parroquia de Santiago, seguidos de procesión con la imagen del santo y el estandarte por las calles del pueblo. La cofradía de San Antonio de Padua ha sido tradicionalmente la encargada de auxiliar a la parroquia en la organización de este festividad.

Virgen de la Zarza

Del 7 al 12 de septiembre. Fiestas mayores de Cañete. Las fiestas comienzan el día 7, cuando los miembros de la Cofradía de la Virgen de la Zarza, compuesta por unas doscientas personas, van a buscar al cura a su casa por la mañana temprano. Se pasa lista de asistencia a los cofrades. Por la tarde se hace un pasacalles con la banda de música por las calles del pueblo. Más tarde, se dice el Pregón de fiestas, continuando el jolgorio hasta la madrugada.

El día 8, tras la diana matinal en la que colaboran todas las peñas del pueblo, se celebra misa en la Iglesia de Santiago y se sale en solemne procesión hacia la cercana ermita de la Virgen de la Zarza. En Cañete, la Virgen es llevada tanto por hombres como por mujeres. Durante la procesión algunos participantes van descalzos en ofrenda a la Virgen. Es costumbre en Cañete, como en tantos otros lugares, ofrecer exvotos en agradecimiento por la curación de una enfermedad o la salvaguarda de un ser querido. En la ermita hay buena muestra de estos exponentes devocionales. En torno a la imagen de la Patrona continuarán los actos religiosos a lo largo de los días de la fiesta. Se le cantarán los Gozos, así como alegres seguidillas. Por la tarde hay suelta de vaquillas, seguida por una animada verbena nocturna.

Coronación de la Virgen de la Zarza
6 de septiembre de 2000
El citado día fue coronada solemnemente la imagen de la Virgen de la Zarza, patrona de la villa de Cañete. Los actos religiosos, con gran afluencia de público, fueron presididos por el Sr. obispo de Cuenca, Monseñor D. Ramón del Hoyo, y contaron con el auxilio de quince sacerdotes y diversas imágenes marianas de gran devoción en localidades cercanas: Virgen de Altarejos (Campillos-Sierra), Virgen de Valdeoña (Salvacañete) y Virgen de la Zarza (Aliaga, provincia de Teruel). Como acto central, el obispo impuso la corona a la imagen entre los aplausos de la multitud congregada. Procesión, ofrendas a la Patrona y actos lúdicos completaron un acto de enorme significación para las gentes de Cañete.

Los días 9 y 10 se festejan encierros de toros por la tarde. Los animales son bajados desde diferentes pueblos de la Sierra Alta por veredas ganaderas, y a la llegada al pueblo tiene lugar un encierro espectacular y peligroso, con los astados atravesando a la carrera las estrechas calles de Cañete, precedidos por un buen golpe de mozos. Más tarde seguirá el festejo taurino, tradicionalmente muy concurrido.

Otros muchos actos culturales y festivos tienen lugar durante estas jornadas, caso de la Joya, popular carrera campestre, juegos infantiles. Particularmente animada es la Charlotada, en la que se disfrazan buen número de vecinos del pueblo... El día 12 se celebra la misa de los Cofrades, la más numerosa de las nueve cofradías con las que tradicionalmente ha contado la villa

Día de los Difuntos

2 de noviembre. Como curiosidad, este día estaba totalmente prohibido cazar. Todavía hasta principios de este siglo permanecieron vivas muchas supersticiones: se pensaba que las liebres se transformaban en seres diabólicos, se veían aparecimientos, había un miedo generalizado y pocos se atrevían a salir al monte ese día.

Era costumbre escenificar la Fantasmada: la gente se disfrazaba de fantasmas con una sábana blanca y otros macabros aderezos. Con un palo en la mano recorrían las calles fingiéndose aparecidos. Esta costumbre se ha perdido.

Hoy en día, como en tantos otros lugares, la fecha es la ocasión anual para visitar y honrar a los difuntos de cada casa y familia.

Navidad

Además de las celebraciones propias de estas fechas, es Cañete es costumbre salir a pedir los aguinaldos. A cambio de entonar diferentes villancicos, rondallas de pequeños y mayores obtienen pequeños pagos en dinero o en especie. Es de destacar el gran repertorio que de diferente villancicos conserva Cañete, algunos de gran antigüedad y valor.


Otras fiestas de la comarca.

La Serranía Baja de Cuenca cuenta con algunas celebraciones interesantes desde el punto de vista antropológico y, desde luego, atractivas turísticamente. De entre los varios centenares de celebraciones comarcanas, cabe apuntar las siguientes, especialmente recomendadas para visita y a distancias muy razonables desde Cañete:

La Virgen de Tejeda

La Virgen de Tejeda es el principal culto mariano de toda la Sierra Baja de Cuenca, con antiquísimos orígenes precristianos. Según la tradición, la Virgen se apareció en 1205 junto a una cueva del término de Garaballa, encaramada a un tejo, a un pastor. El lugar tiene abundantes restos prehistóricos y romanos. Se estableció un pequeño culto en la cavidad que pronto dio paso a la fundación de un monasterio en las cortaduras del río Ojos de Moya, bajo la protección de una fortaleza y no muy lejos del lugar de la aparición. Devastado el cenobio (conocido como Tejeda la Vieja) por una monumental riada en 1516, se decidió su abandono y el traslado de la comunidad (trinitarios) junto al pueblo de Garaballa, donde se edificó entre los siglos XVI y XVIII un nuevo edificio (Tejeda la Nueva), que es el que en la actualidad se conserva y donde se rinde culto a la imagen.

Desde el siglo XVII, las gentes del antiguo Marquesado cumplen con el voto de subir a la Virgen, una vez cada siete años, a las ruinas de Moya, en agradecimiento por la solución de una antigua sequía que agostaba las tierras. Son los Septenarios de la Virgen de Tejeda, sin duda una de las festividades más sorprendentes de toda la región. Gentes de los diferentes pueblos se turnan en llevar a hombros a la virgen a través de las sierras hasta contemplar la villa de Moya, desmochada sobre su peñón. Allá, encaramados sobre murallas y puertas, los descendientes de los antiguos moyanos esperan la llegada de la imagen con el corazón en un puño, ofreciendo la singular perspectiva de ver la arruinada villa de repente ocupada por miles de personas. La llegada de la Virgen de Tejeda a la Moya yerma, cada siete años, es un espectáculo impresionante, que sobrecoge los espíritus.

El último Septenario tuvo lugar el año 2004. El próximo tendrá lugar en el 2011. Las celebraciones duran nueve días, por lo general entre el 9 y el 16 de septiembre. El resto de los años, existe romería a la Virgen en Garaballa, el 8 de septiembre. El 15 de agosto las gentes se congregan en el convento nuevo para ver un curioso fenómeno. Este día, un rayo de sol entra por la ventana de la fachada principal e ilumina la imagen de la Virgen atravesando toda la iglesia. Tal hecho ya ocurría en el convento viejo y el nuevo edificio se proyectó para que siguiese teniendo lugar. La fecha y la ceremonia apuntan acaso a un culto ancestral a la fertilidad, continuado quizás con un culto a Diana, diosa de los partos en la más antigua mitología clásica, y más tarde cristianizado.

Los Septenarios de Tejeda sobrecargan la escasa capacidad hostelera de toda la comarca. Cañete, por su relativa lejanía (39 kilómetros) y su mayor infraestructura turística, es uno de los lugares que ofrecen más posibilidades de encontrar alojamiento. No obstante, es conveniente reservar con la mayor antelación posible.

La Virgen de Altarejos.

La Virgen del Pilar de Altarejos es sin duda otro culto mariano fundamental en la comarca, y muy próximo a Cañete (14 kilómetros). La ermita subterránea de Altarejos, en pleno monte a unos seis kilómetros del diminuto y encantador pueblo de Campillos-Sierra, acoge unas celebraciones importantes a las que por tradición acuden una serie de pueblos, existiendo indicios de que otros lo hacían en el pasado. El origen hagiográfico de la devoción es muy similar al culto en Tejeda. Según detalla la tradición (en la que parecen mezclarse hechos reales, leyenda y postizos posteriores) arranca en 1207 o 1208 (hay variantes), año en que la Virgen se apareció sobre una columna, en una oquedad de la roca, al pastor José Gil Raez, natural de Valdemoro-Sierra y hombre de vida ejemplar. Las gentes de Campillos, rápidamente auxiliadas por las de Valdemoro y otros pueblos, levantaron un primitivo santuario que iría reformándose en repetidas ocasiones a lo largo de los siglos, exponente de la fe de las gentes de la zona.

De nuevo el lugar cuenta con todos los indicios para pensar en cultos más antiguos, anteriores a la cristianización y varias veces milenarios. A este respecto, basta con recordar la densísima presencia celtíbera en la zona, con tres grandes castros a escasos kilómetros, en Valdemoro y Tejadillos, además de otros poblados menores. La veneración en cavidad a una deidad simbólica de la Madre Tierra o la fertilidad (antecedentes en tantos y tantos lugares al culto mariano) está aquí, como en Tejeda, claramente presente.

La Virgen es sacada en procesión a hombros de sus fieles y a través de parajes naturales de gran belleza. Los vecinos de Campillos, ayudados por los de otros muchos pueblos, se afanan conscientes de participar en su principal exponente festivo, verdadera seña de identidad de la comarca. Fervores hondamente enraizados y sincera devoción popular se unen en este día en una ceremonia que impresiona vivamente al viajero. Cinco pueblos de la zona tienen tradición inmemorial de asistir a Altarejos el día de la patrona, encabezados por sus cruces parroquiales: Valdemoro, Valdemorillo, Huerta del Marquesado, Tejadillos y Campillos. A sus vecinos se unen romeros llegados de toda la Sierra, en especial de pueblos como Cañete o Salinas del Manzano donde, a pesar de no existir tradición que ate a toda la población, un buen número de personas acude al santuario subterráneo a rendir visita a la Virgen. Todavía hoy algunos romeros acuden en cabalgaduras, tal y como era frecuente hacer antaño. Junto a la procesión y romería en sí, los fieles del pueblo entonan los Gozos a la Virgen, composiciones laudatorias de gran belleza. Una comida popular, verbena nocturna, bailes y diversos actos festivos en la ermita completan esta peculiar celebración, de visita recomendada.

Las fiestas tienen lugar del 19 al 23 de agosto. La romería, el día 20. Hasta hace algunos años, la fecha tradicional de la romería era el 1 de septiembre, pero se trasladó al mes de agosto buscando la asistencia de los hijos del pueblo retornados en el periodo estival. Todavía hoy los habitantes permanentes de Campillos acuden a visitar a la Virgen el día 1 de septiembre, en recuerdo de la antigua fecha de la celebración. Como en otros tantos lugares, la imagen de la Virgen de Altarejos a lo largo de año alterna su ubicación entre la parroquia del pueblo y la ermita. Tradicionalmente era costumbre que la Virgen descansara en la ermita desde San Joaquín (28 de agosto) hasta San Juan (24 de junio), en que se la traía a la población. Con el adelanto de la fecha de celebración, actualmente la imagen permanece en Altarejos del 19 de agosto hasta San Juan.

Asistir a la Virgen de Altarejos no plantea los problemas que en Tejeda. La festividad apenas tiene proyección turística y sigue siendo una celebración para las gentes de los pueblos, que año tras años se esfuerzan en garantizar su pervivencia.


La gastronomía.

Tres adjetivos podrían aplicarse a la cocina local: sencilla, sobria, abundante. Se trata de una gastronomía funcional, de elaboración simple, que gira en torno a un puñado de ingredientes. Una cocina fuerte, para buenos estómagos, llena de calorías para el trabajo duro y contra los rigores del clima.

La carne es, por supuesto, el lugar común. Dentro de esta, el cordero es el rey, como no podía ser menos en una comarca ganadera, una de las antiguas cabezas mesteñas de Castilla. Le sigue el cerdo, en la zona todavía animal familiar, criado en cada casa a la espera de su San Martín. La matazón es una tradición aún viva en todos los pueblos de la zona, aunque en declive. Una tradición dura para los extraños, llevada a cabo por matarifes caseros en plena calle, pero que para los vecinos suponía garantía de vida de cara al largo invierno. Todavía hoy, los productos obtenidos de la matanza del cerdo son insustituibles en la dieta local.

La charcutería local, elaborada a partir del cerdo, es riquísima. Existe toda una variedad de chorizos y morcillas, cuya receta e ingredientes cambia de unos pueblos a otros. Se las hace con cebolla, con especias, con arroz en algunas casas... No es demasiado raro que especies de caza, como jabalí y ciervo, presentes en la comarca, acaben en estas sabrosas manufacturas.

La elaboración de la carne fluctúa entre el asado y el cocido, con una clara predilección por éste último, debido entre otros factores a que elimina menos las grasas. En esto se diferencia de La Mancha, donde la carne casi exclusivamente se asa. Entre los diferentes platos compuestos por el saber popular destaca la caldereta, comida de gala, que cuece la carne de cordero con aceite, vino, cebolla, ajos y tomate, aunque aquí las opiniones son de todos los gustos, y cada señá de Cañete y comarca tiene su receta al respecto, guardada bajo siete llaves.

El morteruelo también es el otro monumento culinario, presente en muchos pueblos de la comarca y la provincia conquense, aunque no en todos. Se trata de una mixtura caliente de carne de caza (fundamentalmente conejo, liebre y perdiz o codorniz) macerada con hígado, tocino y abundantes especias, con multitud de pequeñas variantes. El plato ha conservado en las sierras la pureza que ha perdido en la capital, donde se suele elaborar con carnes menos nobles, perdiendo su finura. Pero que nadie se llame a engaño: el morteruelo es un plato fuerte, cuyo ardor hay que apagar entre trago y trago de peleón de la tierra. Esto es así porque es el único recurso ideado por la gastronomía tradicional para conservar carnes muy delicadas. La trituración y la mezcla con especias se completaba con la pertinente inmersión en la orza, donde podía permanecer varios meses De aquí que el color original del morteruelo no sea el pardo actual, de producto recién elaborado, sino el gris oscuro. Todavía se puede degustar en contadísimos lugares esta variante primitiva, aunque para ello haya que acreditar ante la señá correspondiente una parentela en séptimo grado, de allá por los tiempos de Matusalén.

Pero también existen platos de carne menos nobles, pasando por toda una variedad de estofados y cocidos. En decadencia, casi desaparecidos, están los salones, plato rudísimo de pastores, de simplicidad absoluta: delgadas tiras de carne de cordero saladas, curadas y secadas a la sombra de las corralizas. El zarajo, aunque más propio de la capital y de la Alcarría, también aparece en Cañete donde se lo pida, aunque se trata más bien de una introducción reciente. El zarajo es un plato simple, sabroso, cuya receta conviene no revelar al neófito hasta después de comido, así que el lector de estas líneas nos disculpará por no faltar a tal peculiar uso y costumbre.

En lo referente a la gastronomía de componente vegetal, ésta es escasa y gira en torno a escasísimos materiales. Región cerrada y autárquica, la Sierra no ha podido contar tradicionalmente con otras legumbres y hortalizas que las producidas en los pequeños huertos, y son pocas las capaces de soportar el frío. Judías blancas, judías verdes y garbanzos copaban prácticamente el elenco de legumbres serranas salvo en los pueblos menos elevados de la Sierra Baja, donde era posible una mayor variedad. Patatas y tomates eran y son las hortalizas principales de una corta lista. Por su parte, los frutales sólo son abundantes en la Sierra Baja, en tanto que en las zonas más altas los labriegos debían limitarse a ciertas especies más resistentes al frío (manzanos básicamente), y a árboles de frutos secos, como el avellano y el nogal. Cañete es precisamente un punto de transición entre ambas zonas, la fría y la muy fría, aunque su vega siempre ha producido una buena variedad de cultivos, siempre dentro de un orden.

La escasez se suplió con ingenio, y las variedades de judías estofadas, ensaladas de judías, pistos, mojetes y diferentes garbanzás hablan de la capacidad de diversificación de generaciones de cocineras. Ingrediente ocasional de alguno de estos contundentes preparados era el bacalao salado, única variedad capaz de superar los largos trasiegos en carreta desde los lejanos litorales. Precisamente con bacalao y patatas, amén de algún otro detalle, se hace el ajo arriero, por más nombre atascaburras (no tan fino este último, ciertamente). Plato de pastores, se esparció por cientos de lugares a lo largo de las largas leguas de cañadas ganaderas, por lo que no es raro que se diputen su paternidad un buen número de poblaciones.


Otro plato muy comarcano son las gachas serranas, adjetivadas así para distinguirlas de la variedad manchega, que es muy parecida pero no igual, como muy bien saben los gourmets. El ingrediente básico e insustituible es la harina de almorta, hierba solanácea que produce una harina densa y amarillenta, usada en sustitución de la de trigo, tradicionalmente escasa en el territorio.

Para finalizar, un breve recorrido por el mundo de los dulces. La gastronomía tradicional sólo disponía de un edulcorante, por lo demás inmejorable: la miel, muy común en las tierra serranas, aunque sin llegar a la concentración de las alcarreñas. En Cañete y alrededores existe una variedad increíble de postres y dulces que giran en torno a la miel, cuyos nombres casi varían de casa en casa. Otras muchas recetas quedaban reservadas para un día festivo: San Blas, Santa Águeda...

Un referente común a toda la provincia es el alajú, torta de miel y almendras (o nueces), legado de los antiguos bereberes que durante siglos se enseñorearon de la comarca.